_05 EL TRABAJO NO ES UNA MERCANCÍA

La globalización ha cambiado profundamente las reglas de juego de la economía mundial. Desde hace cuatro décadas, el capital ha ido aumentando de manera imparable su movilidad. El capital financiero circula hoy con una libertad casi total por las diferentes bolsas del planeta gracias a las nuevas tecnologías. El capital físico se deslocaliza y relocaliza constantemente en forma de inversión extranjera directa.

Por ello, en las últimas décadas el poder de negociación de los propietarios del capital no ha dejado de ir en aumento y el de los trabajadores no ha parado de debilitarse: al capital le ha sido cada vez más fácil imponer sus condiciones a la hora de organizar los procesos productivos. En muchos países, el mercado de trabajo se ha desregulado considerablemente, la precariedad laboral ha aumentado y los sindicatos han perdido en buena parte su capacidad de proteger a los trabajadores.

Así, no es de extrañar que desde hace cuatro décadas, en muchos países del mundo, el peso de las rentas del capital en el conjunto de los ingresos nacionales no haya parado de crecer, mientras que el peso de les rentas del trabajo no ha dejado de disminuir.

  

La mayoría de los países pobres y emergentes necesitan inversión extranjera para impulsar su crecimiento económico. Como hoy el capital se mueve con gran facilidad, estos países tienen que competir entre sí para atraerlo. Para hacerlo, con frecuencia rebajan sus regulaciones laborales, sus umbrales de protección social o sus sistemas fiscales. Visto que el capital privado tiene como principal divisa obtener la máxima ganancia posible, estas medidas de desregulación le permiten mejorar mucho sus beneficios.

De esta manera, la globalización ha abocado frecuentemente a los países pobres y emergentes a una “carrera de desregulación laboral”, a causa de la cual los derechos de los trabajadores están cada vez más debilitados: las situaciones de explotación se han multiplicado, los salarios bajos –a veces de miseria– han proliferado de manera indiscriminada, las desigualdades salariales entre los directivos y los trabajadores manuales se han incrementado exponencialmente. Hoy, la distancia entre los salarios y los niveles de protección social entre los diferentes países es mucho más grande de la que se toleraría en el interior de ninguno de ellos.

  


Las zonas francas industriales –áreas libres de impuestos– de muchos países pobres y emergentes son un ejemplo de la “carrera de desregulación laboral”, pero un ejemplo ambivalente. Por un lado, a las multinacionales extranjeras que se instalan allí –conocidas con el nombre de maquilas– normalmente se les permite no aplicar las normas laborales del país. O en ellas se impide, en la práctica, el ejercicio de determinados derechos laborales. Por otro, con frecuencia los salarios que pagan las maquilas están por encima del sueldo medio del país. Pero normalmente estas zonas francas altamente conectadas a la economía global generan un beneficio muy escaso para la economía local.

Estas “carreras de desregulación laboral” también se producen a menudo en el marco de las cadenas de subcontratación que las empresas multinacionales establecen con las pequeñas y medianas empresas de los propios países pobres y emergentes. Las cadenas de subcontratación internacionales, tanto formales como informales, tienen un impacto considerable en el mercado laboral de muchos de estos países. La competencia entre empresas locales para conseguir los encargos de las multinacionales a cualquier precio acaba degradando gravemente las condiciones sociales y laborales de sus trabajadores.


  


Para evitar la tentación de reducir las regulaciones laborales para competir mejor en la economía global, hay que establecer unas normas internacionales para todos los trabajadores que les garanticen un nivel básico de protección social, de libertad y de dignidad.

Desde su nacimiento, en 1919, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha ido construyendo unas normas internacionales mínimas, con vocación universal, que establezcan unos principios y unos derechos básicos en el ámbito del trabajo. Se han concretado en una serie de tratados internacionales legalmente vinculantes, denominados Convenios. Hay ocho que se consideran “fundamentales”, relativos a:

• la libertad de asociación de los trabajadores y la libertad sindical (1948)
• el reconocimiento efectivo del derecho a la negociación colectiva (1949)
• la eliminación de todas las formas de trabajo forzoso u obligatorio (1930 i 1957)
• la abolición efectiva del trabajo infantil (1973 i 1999)
• la igualdad de remuneración y la no discriminación en materia de trabajo y empleo (1951 i 1958)


Son normas sociales mínimas básicas, imprescindibles para participar en la economía global. Para que aquellos países que las respetan no vean sus esfuerzos socavados por parte de aquellos que pretenden ignorarlas, es necesario que estas normas se apliquen por igual en todos los países del mundo. La OIT ha establecido un sistema de control para hacer frente a los problemas que se presentan a la hora de aplicar estos Convenios, la mayor parte de los cuales han sido ratificados per una inmensa mayoría de países.

Además, es importante que estas normas sirvan también para los trabajadores de la economía informal, muy numerosos en los países pobres y emergentes, muchos de los cuales viven en situación de pobreza. Se ha demostrado que se trata de normas eficaces para conducirlos hacia la economía formal y reducir la pobreza.


  


A pesar de la existencia de unas normas internacionales del trabajo, hoy:

• 246 millones de niños están sometidos a diversas formas de trabajo infantil.
• De éstos, 150 millones están empleados en trabajos considerados peligrosos.

• 8 millones de niños menores de 17 años son víctimas del tráfico de personas para trabajar en tareas domésticas, o trabajan en régimen de servidumbre por deudas (en la agricultura o en fábricas de ladrillos), o se les obliga a trabajar en el tráfico ilícito de drogas, o en la prostitución, o son obligados a convertirse en “niños soldados”.
• Son numerosos, en países pobres y emergentes, los casos de encarcelamiento, desaparición o asesinato de sindicalistas que intentan ejercer los derechos laborales más elementales.
Un 80% de las familias de todo el mundo dispone de mecanismos de protección social (subsidio de paro, pensión de jubilación o discapacidad, salario mínimo, despido regulado, etc.) escasos o nulos.
• En las maquilas hoy trabajan 50 millones de personas en todo el mundo.

  

Más allá de las normas internacionales del trabajo, para evitar las “carreras de desregulación laboral” se tendría que establecer un sistema mundial de salarios mínimos. Si cada país tuviese su salario mínimo y todos los salarios mínimos estuviesen vinculados entre sí de manera flexible, se evitaría que los países entren en dinámicas de “competencia salarial a la baja”. Sólo así, a medida que los países prosperan económicamente, aumentaría simultáneamente la prosperidad de sus trabajadores.

Por otro lado, los sindicatos han de hacer frente al reto de la globalización convirtiéndose también ellos en organizaciones globales. Son necesarias Federaciones Sindicales Mundiales que puedan negociar con las empresas multinacionales acuerdos marco a escala mundial. Por ahora, ya se han negociado más de veinticinco. Y cada vez se crean más comités de empresa internacionales, ya sea a escala regional o mundial. El camino de la globalización sindical ya se ha iniciado, pero aún queda mucho trecho por recorrer.


  

La OIT impulsa hoy el Programa para el trabajo decente para extender y reforzar en todo el mundo aquellos derechos laborales que hacen del trabajo una fuente de bienestar, de seguridad y de desarrollo personal.* El “trabajo decente” requiere también políticas económicas que prioricen la creación de puestos de trabajo sostenibles, orientadas a la plena ocupación. El crecimiento económico no puede ser un fin en sí mismo, sino el medio para crear trabajos dignos que permitan liberar a las personas de la pobreza.

Sólo la protección social puede evitar que los cambios productivos que provoca la globalización sean traumáticos para los trabajadores que los padecen. Por eso, un compromiso para disminuir la inseguridad laboral es crucial para dotar de legitimidad la globalización. Sólo el “trabajo decente” puede garantizar que el crecimiento de la economía global sea beneficioso para todos y se centre en la mejora de la vida y de la dignidad humana. Como defiende la OIT: “El trabajo decente (...) abarca el pleno empleo, la protección social, los derechos fundamentales de los trabajadores y el diálogo social, todos ellos elementos imprescindibles para alcanzar la justicia social mundial”.

* Para conocer estos derechos, mirad enfrente de vosotros: _03 Busca las 12 diferencias.


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FONT DADES: Por una globalización justa: crear oportunidades para todos, Informe de la Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización, OIT 2004.